Artista polivalente y activista, sus acciones y performances tienen lugar fuera del marco del arte y su audiencia. No produce obras de arte ni imágenes porque sus intervenciones son recogidas por los medios de comunicación. A mediados de los 80, sus acciones cuestionaban la noción de autor, al apropiarse de los eventos de la actualidad y transformarlos en obra de arte. Se atribuía la responsabilidad de desastres que estaban fuera de su control, convirtiéndose en un demiurgo artístico que activaba terremotos en California o hacía explotar el transbordador Challenger. Otras acciones tienen una orientación más política, infiltrándose en instituciones internacionales y cuestionando los dogmas sociales, políticos, económicos o religiosos. En 1997, Motti actúa en la Comisión de Derechos Humanos de la ONU en Ginebra tomando el lugar del delegado indonesio ausente, Motti procedió a hablar en nombre de las minorías étnicas. En 1995, logró infiltrarse en un partido del Neuchâtel Xamax. En 2005, Motti se presentó en la gradas VIP del la semifinal del Roland Garros, se colocó una bolsa de papel en la cabeza para denunciar las torturas de los presos de Abu Ghraib. Sus exposiciones, siempre dan un giro extraño. En la CCA de Ginebra, para la actuación inaugural, secuestró un autobús lleno de turistas japoneses y los llevó a la inauguración de su exposición. En La Ferme du Buisson realizó una exposición compuesta por billetes de un dólar, cuya suma es el presupuesto de la exposición. Al mismo tiempo que revela los mecanismos financieros que subyacen a la creación artística, también está produciendo una instalación efímera cuya inversión no tiene valor. Presenta en Medialab Madrid la videoinstalación Shock and Awe (2003) que reflexiona sobre el control de contenidos que domina las televisiones públicas y privadas y la videovigiancia.